martes, 2 de junio de 2009

JOSÉ CLEMENTE OROZCO

Hay que levantar los andamios, rellenar y pulir los abismos; embarrarse de tinta la imaginación, para comprender a este pintor. Aquí, en Guadalajara, dueña de los frescos mas hermosos de América, como lo dijo Cardoza y Ara­gón, nos encontramos atravesando los pensamientos perennes de José Cle­mente Orozco. De aquel maestro que por no clasificar con la palabra sus frescos, le regaló a todos los poetas, el bendito placer de re inventar el cau­da­loso espíritu, de cada pincelada. De esta forma nos paramos y para verla mejor, nos acostamos con la cabeza mirando al cielo, al paraninfo de sus sen­timientos. Cada pedazo de piedra pintada, es un paseo por donde su alma nos abraza encendida, evocándonos a latigazos, el dolor que cruza nuestra sangre. Aquí está el Hombre en llamas, los rostros de su invisible sagitario, abrazando en la etérea memoria de nuestro pueblo, a cada vasija, a cada cabeza de olmeca, a cada herida de Frida, a cada pesadilla de Goitia. A cada llama, donde el resplandor de la inspiración habita.
La obra de Orozco es liberación y es encadenamiento. Es reconciliación y también es rompimiento. Aquí se funden las fuerzas creadoras del caos. Aquí se lee con los ojos desnudos, la historia de nuestro pueblo.
Decía José Vasconcelos, el gran mecenas, que Orozco era el único de los pintores muralistas que nunca le consultaba acerca del tema, que nunca bus­caba su consejo o aprobación sino que se iba por su propio camino en com­pleta independencia, como si el edificio fuera suyo, y su único compromiso fuera con el futuro.
Un hombre a la altura de su obra. Así vivió y así murió. Un hombre que nunca se rajó. Porque "no importan las equivocaciones ni las exageraciones. Lo que vale es el valor de pensar en voz alta, decir las cosas tal como se sienten en el momento en que se dicen. Ser lo suficientemente temerario para proclamar lo que uno cree que es la verdad sin importar las conse­cuencias y caiga quien cayere.
Si fuera uno a esperar a tener la verdad absoluta en la mano, o sería uno un necio o se volvería mudo para siempre.
El mundo se detendría en su marcha" . Así lo dijo Orozco, llanamente, sin ambages.
En su autobiografía nos encontramos a un hombre que se parece a su Cortés. Inmenso, fuerte, conquistando siempre. No es el hombre tímido, reservado y sencillo que nos cuentan las historias. Este Orozco que platica de sí mismo, vence a la vida con sus reflexiones y nos pone de frente a un artista, en donde, como dijo Baudelaire : "El poeta no es de ningún partido, de otra manera sería un simple mortal".
Antonio Rodríguez cuenta que cuando Orozco fue invitado a pintar los murales del Dartmouth College aceptó no cobrar absolutamente nada con una sola condición: Que le dejaran escoger el tema que quisiera. Y Orozco pintó al imperialismo apuñalando a la América Latina.
En 1921 Orozco le escribe a un amigo diciéndole que todos los pintores "murales" mexicanos objetaron su admisión en su círculo. Orozco, dijeron, por ningún motivo es un pintor, sino un caricaturista.
Sin embargo no todos pensaban así. En una carta que le escribe Mariano Azuela a su traductor le dice: Mucho me alegra que sea Orozco el que ilustre la novela (Los de Abajo) pues es uno de los pintores mexicanos de mi mayor predilección y será para mi un verdadero honor ver mis líneas con sus admi­rables estudios. Efectivamente, Los de Abajo fue ilustrado por Orozco. La infame guerra del hombre contra el hombre que inspiran estos " Horrores de la Revolución " como llamó Orozco a sus dibujos fueron realizados en Nueva York y tuvieron que pasar de contrabando a México.
También años después Siqueiros dejó escrito, quizá en un afán de congra­ciarse con la historia que Orozco es una potencialidad plástica sin ejemplo en el mundo contemporáneo. " Eres, debo decirlo con toda sinceridad, tanto por tu obra como por tus teorías político-estéticas, el espejo más exacto de todo los positivo y negativo que ha existido hasta ahora en el período lírico revo­lucionario, iconoclasta por lo tanto, de esa gran conmoción civil de nuestro país. Hombre, más de hechos que de palabras, más de prácticas que de teorías, hombre gráfico por excelencia, creaste así, con toda la potenciali­dad que te es innata, las mejores formas plásticas precursoras de todo nuestro movimiento posterior ".
Orozco no se fue a París. Se fue a Nueva York porque de acuerdo a lo que nos dejó di­cho " dirigirse solicitante a Europa, inclinarse hurgando entre sus ruinas para impor­tarlas y copiarlas servilmente, no es mayor error que el saqueo de los restos indígenas del Nuevo Mundo con el objeto de copiar con el mismo servilismo sus ruinas o su ac­tual folklore. Si nuevas razas han aparecido sobre las tierras del Nuevo Mundo, esas razas tienen el deber inevitable de producir un nuevo arte en un nuevo medio físico y espiritual. Cualquier otro camino es cobardía ".
Sin embargo en Estados Unidos meses y meses le empezó a helar la sangre. Casi la soledad llegó a despedazar sus esperanzas cuando una mujer se le apa­reció. Una mujer de ojos claros y divinos. Ella era periodista y nacida en esta región. Sentía un amor tal por lo nuestro que cuando se enteró de que a un mu­chacho de México lo había sentenciado a muerte una corte norteameri­cana, comenzó una campaña informativa tan fuerte que a los po­cos meses el muchacho fue indultado. Esta mujer a la que se le compuso, por órdenes del siempre honrado Don Felipe Carrillo Puerto, la famosísima canción "Peregrina", fue la causante de que Orozco dejara muestra de su genio en Estados Unidos : su nombre fue Alma Reed. Los murales del Colegio de Pomona, de la Universi­dad de Dartmouth y de la Nueva Escuela de Investiga­ciones Sociales de Nueva York son considerados como los mejores que se conocen desde Miguel Angel.
Orozco murió soñando y quizás entre nubes que formaban los rostros que él plasmó, se fue sin escalas al palacio donde habitan los nunca olvidados. Aquí sentimos, en la humedad de sus murales un susurro, apenas perceptible, un secreto en forma de pincel que nos dice : Aquí vive un hombre cabal.

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